jueves, 20 de noviembre de 2008

NO A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL


Si has llegado a esta entrada buscando alguno de los términos que aparecen en etiquetas usando tu buscador, puede que estés buscando algo que no deberías. Puede que estés cometiendo un delito. Puede que estés enfermo. Puede que necesites ayuda.
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Para los demás, os invito a apoyar esta iniciativa contra la pornografía infantil haciendoos eco de ella en vuestros blogs y páginas web.

lunes, 2 de junio de 2008

Kikirikí ma non troppo




Casi sin hacer ruído, sin molestar a nadie con sus cacareos, así es como se presenta en sociedad, así es como llegan las Memorias Sentimentales del Gallo de Escayola.
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Momentos raptados al tiempo y a la memoria, a los deseos y a los sueños, obligados a perpetuarse en ceros y unos para no olvidar noches de anhelos, rostros indelebles, ojos que se ven en el interior de los párpados al cerrarlos. Intenciones que quedan en nada, frustraciones y afanes que en alguna realidad paralela sí encontraron éxito y cumplida realización.
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Y es que el Gallo de Escayola enamora, pero no cubre.

lunes, 26 de mayo de 2008

Red Cammy, any given 1944 night




Su pelo era del color del fuego intenso.
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Nuestros ojos se habian cruzado varias veces en medio de la muchedumbre, al final de la ceremonia. Tenia un rostro de una belleza serena y discreta que solo se encuentra en las peliculas de los años 40, pero al mismo tiempo algo en su forma de mirar de soslayo, con una sombra burlona en el borde de los ojos, me recordaba a la actriz Mimi Rogers.
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El juego de miradas continuo en el banquete. Era un buffet con la gente deambulando libremente entre mesas con platos y bandejas, asi que hubo ocasion de volver a buscarla entre los asistentes. No era complicado, su pelo era la llama del faro en medio de la tormenta. En algun momento me aproxime a ella y pude confirmar auditivamente mi impresion inicial de su procedencia anglosajona.
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La cena transcurrio entre largos periodos de ignorancia y puntuales busquedas de sus ojos. La distancia no me los hacia indistinguibles, curiosamente estabamos en extremos opuestos de la sala pero una vez localizada sin mayor problema su melena no costaba mucho que al cabo de un rato mis ojos estuviesen de nuevo tan clavados en su retina como un alfiler tratando de capturar eternamente la belleza efimera de una fragil mariposa. Se me ocurrian pensamientos como este de cursis porque como ya he dicho su belleza me transportaba a cualquier noche de hace 60 años.
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Los contrayentes comenzaron a bailar el inevitable vals cuando yo consegui habilmente deslizarme hasta su desprevenida retaguardia. Sus amigas salieron a la pista acompañadas de sus respectivas parejas y ella se quedo sola, sosteniendo muy convenientemente un plato y una tacita de te. Eche en falta que en ese momento mi vision no perdiera la capacidad de ver en color. Si todo se hubiera tornado blanco y negro y en lugar de un joven con un portatil y una mesa de mezclas hubiesemos contado con una orquesta con seccion de viento y cuerda la ambientacion habria sido perfecta.
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Cogi el plato y la taza de te de sus manos y las deposite en la mesa de al lado. En un correcto ingles la invite a bailar pero ella, terriblemente azorada, se nego. Miro a la pista, me miro de nuevo con sus ojos verdeazulados y me dijo que despues. No se como empezo una banal conversacion en la que intercambiamos nuestros nombres, aclaramos si veniamos por parte del novio o de la novia y sali de dudas sobre su procedencia. Ante su sonrisa supe que era londinesa y que yo no era el primero que pensaba que su origen era irlandes. Tras el vals la musica que sono era imposible de bailar con cierta dignidad si no se tenia un determinado nivel de alcohol en sangre, y como no era el caso dejamos la cosa en ese punto y nos separamos.
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Las conversaciones en lugares opuestos del salon de celebraciones continuaron y nuestras miradas continuaban cruzandose.
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Mucho despues sali al jardin a llamar por el movil a un amigo que celebraba su cumpleaños esa misma noche y a cuya fiesta no podia asistir por obvios motivos de compromiso familiar. El jardin que rodeaba el lugar tenia un leve toque a parque romantico decimononico, con un cuidadisimo cesped, parterres recortados, macizos de flores que dejaban sentir su aroma en el fresco de la noche, pequeños muros de piedra, fuentes y albercas con velas flotando en sus tranquilas aguas, algun banco de madera... y alli estaba ella, sentada en uno de esos bancos, sola.
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Por un momento me vi desde fuera, rodado en 35 m.m., pelicula en blanco y negro, con una banda sonora de seccion de cuerda que sonaba de fondo algo atenuada desde el interior de la fiesta, vestido con smoking, pañuelo en el bolsillo del pecho, con fino bigote en lugar de perilla, pelo engominado hacia atras en lugar de rizado anarquicamente y en mi mano no un movil sino un cigarrillo. Ella no necesitaba cambio alguno, de hecho su vestido si no en forma al menos en color y estampado podria haber sido aceptable en un acto social elegante y sofisticado de la Inglaterra de mediados de siglo XX.
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Me acerque hasta ella y desde una prudente distancia le pregunte si todo iba bien. Todo iba bien y fue a mejor desde ese momento, porque comenzamos a hablar y a contarnos cosas, a comunicarnos algo mas aparte de las superficialidades que antes habiamos compartido. Curiosamente alternamos su ingles materno con el italiano que yo chapurreo pero entiendo casi a la perfeccion. Coincidencias de la vida, ella habia pasado su año como Erasmus en Padova, la ciudad de mi santo, San Antonio de Padua, que en realidad se llamaba Fernando y era de Lisboa, pero eso es otra historia. Santo Varon.
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La noche avanzo, ella tenia frio y yo la acompañe al interior a por su abrigo, volvimos a salir y continuamos mezclando tres idiomas con total naturalidad, ella siguio regalandome unas miradas que hace decadas que no recoge una camara de cine y yo continue fascinado y casi a punto de mentirle y decirle que la noche siguiente partia a combatir en mi Spitfire de la Royal Air Force contra los malvados bombarderos de la Luftwaffe. Inglaterra no se rendira jamas mientras en el pecho de nosotros, sus valientes oficiales, llevemos la fuerza que nos da el sabernos amados por mujeres bellas, de mirada intensa y un punto burlona y cabellos rojos como la pasion que compartimos. Por mujeres como Cammy, a quien tenia ante mi como se hubiese escapado de la bobina numero dos de una pelicula belica.
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Antes de que el alba comenzase a despuntar y el sol me despertara del sueño nos despedimos. Le dije con un acento ingles forzadamente britanico que habia estado encantado de conocerla y que le agradecia los momentos que habiamos compartido esa noche. Ella sonrio y nos dimos un beso. Lo que no sabra nunca es que con ella habia viajado durante esas horas en el tiempo y que en el futuro, cuando recuerde esta noche, mi mente no volvera a este año y esta ciudad sino a una noche indeterminada de la Inglaterra de 1944.

martes, 6 de mayo de 2008

La sonrisa de sus ojos llorosos


Desde el primer día que nuestros ojos se cruzaron supimos ambos que terminaríamos siendo una persona especial el uno para el otro.
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Pero también desde la primera vez que la abracé supe que no pasaríamos de ser unos grandísimos amigos, aunque yo la amaré siempre. Compartíamos trabajo y esa convivencia, lejos de minar nuestra amistad la fortaleció, nos hizo cómplices, compañeros de alguna que otra juerga, "partners in crime", confidentes, paño de lágrimas y hombro de infinito consuelo.
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Años más tarde me confesó que sin mí a su lado nuestros inicios en aquel periódico la hubieran arrojado en los brazos de la depresión, pero que ni en mis momentos más amargos en lo personal ni en lo profesional me faltó jamás una sonrisa para ella, a las 8 de la mañana, mientras ella entraba en el cercanías de menos 5 que nos llevaba a trabajar en la confección del papel de envolver los pescados del día siguiente.
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Fueron años duros, exigentes, y fuímos todo lo que pueden ser un hombre y una mujer mutuamente sin llegar a sentir la piel desnuda del otro en la propia. Nos llegamos a conocer demasiado bien, por eso ambos sabíamos que no podíamos ser más que lo que ya eramos.
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Sólo hubo una noche, mucho después, cuando ya nos consolábamos de matrimonios rotos y no de parejas inaguantables y pasajeras, una noche en un bar en el que luego añoraría girasoles con destinos prefijados, en que miré a sus ojos azules intensos como el mar del norte de donde procedía, y tuve que detenerme para no besarla. Nuestras risas se mezclaban con la música y el alma se me salía por los poros, y la certeza de su presencia no lograba aquietar mi ánsia por su lejanía en todo lo demás. Esa madrugada, cada uno ya en su casa, sólos a conciencia, nos enviamos unos cuantos mensajes al móvil, como adolescentes, con palabras que traslucían algo más que el agradecimiento por una noche que pudo haber sido nuestra.
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Un día, mientras volvíamos a nuestro despacho (porque además compartíamos despacho desde que salimos de la redacción masificada) los hijos de un compañero correteando por el pasillo de dirección nos obligaron a aproximarnos, y mi instinto me llevó a unir mi cadera a la suya mientras para mantener la verticalidad posaba mi mano sobre su cadera, firme y elástica bajo unos vaqueros que parecían haber sido fabricados exclusivamente para su cuerpo. Casi parecíamos una pareja, con los chiquillos corriendo a nuestro alrededor. Me sonrió como solía hacerlo sólo a veces, bajando la barbilla, con la boca seria y casi tímida pero con una sonrisilla burlona asomándose a sus ojos. Me habló con esa voz suya delicada y musical y que a pesar de los años no había perdido del todo su ligero deje extranjero, lo que me la hacía más irresistible si cabía.
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"Sabes que nunca funcionaría".
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Entramos en el despacho, donde de los altavoces de su ordenador salía la melodía del más delicioso cuarteto de cuerda jamás escrito, la "Música nocturna para las calles de Madrid" de Boccherini. Nos sentamos cada uno frente a su pantalla y comenzamos a preparar lo que nos acababa de pedir nuestro jefe de área. Tras unos momentos, rompí el silencio.
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"Lo sé... desde el primer momento lo supe".
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Esta mañana era otra información la que nos debía mantener ocupados fuera de la redacción, pero el destino tiene sus propios planes para nosotros, pobres mortales, y terminamos asistiendo al parto de una jóven suramericana en mitad de la calle. Le decíamos al unísono que empujara, el bebé casi salía sólo pero necesitaba un poco de ayuda extra. La cabeza estaba prácticamente fuera y solo un empujón final bastaba para concluir el trance. Contemplar desde tan corta distancia la llegada a este mundo de un ser humano era algo para lo que quizá no estábamos preparados ninguno de los dos. O ninguno de los cuatro. Mientras el Policía Municipal que finalmente se personó en el lugar de los hechos buscaba por sus bolsillos algo para cortar el cordón umbilical y hacer un torniquete (finalmente me entendió cuando le señalé la pinza de su corbata), dejé a la niña (era niña) sobre el vientre de la madre, que sudorosa y llorosa miraba a su hija como nadie la miraría jamás.
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Yo tenía las manos manchadas de sangre y llenas de vida nueva. Ella, mi compañera de tantos años, mi imposible amor secreto a voces, me las cogió, me las apretaba, le temblaban sus manos y buscaba en las mías un asidero firme que yo también precisaba. Lloraba y en sus ojos vi una alegría que no conocía. Tantos años desentrañando sus más mínimos gestos y siempre me guardaba una sopresa como esta. Me besó y en sus labios había sentimientos guardados durante más de diez años. Todos esos años pensé que ya había agotado mis lágrimas por ella pero aún me quedaban unas cuantas que aproveché para dejar salir por considerar apropiada la circunstancia y oportuno el momento.
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Anoche soñé que hoy soñaría con ese beso, y que no sería un sueño, sino un recuerdo.

jueves, 10 de abril de 2008

"No merece la pena"



Fue toda una casualidad terminar entrando en ese último bar. Aunque a la larga no terminó siendo el último.
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La excusa era tomarnos la última y deleitarnos con las neumáticas camareras, pero pronto todo se borró a mi alrededor. Había un grupo, media docena de chicas acompañadas de un chico. No podía dejar de fijarme en una de ellas. Vaqueros, zapatos negros, jersey negro, morena, gafas de pasta finas también oscuras. Sobre el pecho derecho tenía un pequeño girasol de tela. Cualquiera vería una chica normal. Puede que sólo yo percibiera su excepcionalidad. No sé porqué, pero lo sentía.
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La veía sonreír y una parte de mi cerebro retenía esa imagen mientras en un rincón la conversación con mi amigo seguía en modo automático. Mi mirada y la de ella se cruzaron un par de veces. Veía algo especial en ese rostro, no sé el qué, pero no podía apartar mis ojos de ella, no podía dejar de contemplar sus expresiones.
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Quiso, de nuevo, la casualidad que entabláramos conversación con dos chicas que acababan de llegar al bar. Yo procuraba situarme de manera que mientras manteníamos una serie de diálogos de tanteo pudiera seguir mirando a la chica del parche del girasol. Ocasionalmente seguían cruzándose nuestras ojos. La conversación con las otras dos chicas, mantenida por menos de la mitad de mi cerebro y por mi amigo en estado de gracia, progresaba y dejando atrás el embrión de toma de contacto y superado el estadio de mutua aproximación se adentraba sin solución de continuidad en la preparación de una noche conjunta de dobles parejas mixtas recién conexas.
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Ella seguía teniéndome magnetizado.
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Sus amigas comenzaron a recoger bolsos, chaquetas... abandonaban el local. No, no podía ser. ¿Qué hago? ¿Abordarla a la desesperada? ¿Cómo? Voy a hacer el ridículo más espantoso. Pero no podía quedarme ese sentimiento dentro.
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Probablemente sería de nuevo la casualidad la que ordenó la salida de su grupo de amigas (y amigo) de forma tal que ella, la chica de sonrisa alegre y mirada tierna, se quedó rezagada.
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-Perdona, espero que esto no te suene demasiado raro - fuí capaz de articular al abordarla. Ella me miró sin la expresión negativa que yo creía que iba a recibir - pero desde que entré en este bar no he podido dejar de mirarte. Sé que te sonará un poco como una locura, pero me gustaría conocerte. No me podría ir tranquilo esta noche a casa si no te lo hubiera dicho.
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-Ahora no va a poder ser... nos estamos marchando ya.
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-Ya... yo había pensado en vernos otro día.
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-Bueno - comenzó con una voz suave - lo que me suena es muy sincero, y me halaga mucho... pero - y sonrió con cierta tristeza mientras recogía su chaqueta blanca - no merece la pena.
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-No me digas eso.
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-No, en serio, no merece la pena.
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-Bueno, no serás tan mala...
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-No... es que estoy a punto de casarme.
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Giré sobre mis talones y di un golpe con las dos manos sobre la barra del bar, que estaba justo detrás de mi, en un gesto tan espontáneo como cómico.
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-En ese caso - acerté a articular - enhorabuena... a tu futuro marido.
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Esta sonrisa fue sólo para mí.
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-Gracias.
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-Sólo una cosa... ¿cómo te llamas?
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-Ana.
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-Ana... encantado - la así por los brazos y le dí los dos besos de rigor - Yo soy Antonio. Te deseo mucha felicidad.
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-Gracias... mucha suerte.
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Y se marchó con una sonrisa en los labios. La mía era de sabor agridulce.
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La noche continuó. Mi amigo se marchó y me dejó con las dos chicas. Terminamos en un local cuya descripción se resume en la palabra antro. Puerta con mirilla, ambiente cargado, gente que entiende y gente incomprensible, relajación de costumbres, conversaciones reveladoras, sentimientos desnudados, atracciones confesas, encuentros y desencuentros, copas derramadas, rescate de no tan damiselas en no tanto apuro en cuarto no demasiado oscuro, aseos multirraciales con concurso de snowboarding nasal... dejé a una de ellas en su casa cuando los pájaros cantaban el alba, con el tiempo justo de pasar por mi casa, ducharme y cambiarme de ropa para ir al trabajo.
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Comienza un día que nunca acabó y la misma idea sigue susurrándome su mensaje. Mereció la pena, Ana, mereció la pena decirte lo que pasaba dentro de mí. Que seas muy feliz.

miércoles, 20 de febrero de 2008

No cabe


¿Cómo ha llegado tan rápido?
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Es lo primero que he pensado cuando he visto el nuevo Fiat 500 rojo delante mío. Lo había dejado atrás hacía casi 10 minutos, tras pararme a su lado en la entrada de una rotonda. Dentro iba una guapa chica jóven, morena, con gafas de sol. Yo voy en moto, soy inmune a casi todos los males del tráfico, asi que era imposible que habiendo venido por el camino más corto y adelantando a todos los coches cuando se detienen en el semáforo correspondiente ahora ese cochecito rojo, tan mono, tan cuco, tan pequeñín... estuviera ahora delante mío en otro semáforo.
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Claro, es que era otro. El mismo modelo pero con otra guapa chica jóven dentro. Esta vez rubia. Sin gafas de sol. Quizá más tierna, la morena de antes parecía más agresiva.
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Inicia la marcha y voy detrás de ella, el callejón es estrecho y no me permite ponerme en paralelo para continuar mirándola con atención. De repente se detiene. Inicia la maniobra de aparcar en un espacio inexistente. Es la entrada de un garaje que ya se encuentra ocupada por un coche mal aparcado. Queda el espacio justo para ese Fiat 500 rojo si no fuera por la existencia de un pivote metálico negro de un palmo de grueso y dos de alto.
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Por la acera, empujando un carretillo y vestido con un mono azul va un hombre moreno, de pelo rizado y bigote poblado, supongo que trabaja en la obra cercana, a mí me recuerda al gitano custodio de "Indiana Jones y la última cruzada" que le decía al héroe "Yo estoy preparado para morir, doctor Jones... ¿y usted?". Mira la maniobra incipiente con la misma extrañeza que yo. Intercambiamos una mirada tan cómplice como asombrada.
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La guapa rubia sigue la maniobra. No ve el pivote, se lo tapa el propio coche.
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-No vas a poder, tienes detrás un pivote como este - le digo mientras señalo un pivote parecido que hay en la acera contraria, donde sí puede verlo.
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Me ofrece una mirada desvalida, un gesto casi de súplica, con su rostro de dulce sueño romántico de cualquier hombre que se vista por los pies.
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-Entonces no me cabe, ¿verdad?
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Niego con la cabeza, creo que mostrando una cierta decepción. Ella entiende y se marcha. Entiende que yo le decía que no, que no cabía. No entiende que le decía al mismo tiempo que también me daba pena que en mi vida no cabe hoy un sueño como el que ella representa.