lunes, 26 de mayo de 2008

Red Cammy, any given 1944 night




Su pelo era del color del fuego intenso.
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Nuestros ojos se habian cruzado varias veces en medio de la muchedumbre, al final de la ceremonia. Tenia un rostro de una belleza serena y discreta que solo se encuentra en las peliculas de los años 40, pero al mismo tiempo algo en su forma de mirar de soslayo, con una sombra burlona en el borde de los ojos, me recordaba a la actriz Mimi Rogers.
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El juego de miradas continuo en el banquete. Era un buffet con la gente deambulando libremente entre mesas con platos y bandejas, asi que hubo ocasion de volver a buscarla entre los asistentes. No era complicado, su pelo era la llama del faro en medio de la tormenta. En algun momento me aproxime a ella y pude confirmar auditivamente mi impresion inicial de su procedencia anglosajona.
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La cena transcurrio entre largos periodos de ignorancia y puntuales busquedas de sus ojos. La distancia no me los hacia indistinguibles, curiosamente estabamos en extremos opuestos de la sala pero una vez localizada sin mayor problema su melena no costaba mucho que al cabo de un rato mis ojos estuviesen de nuevo tan clavados en su retina como un alfiler tratando de capturar eternamente la belleza efimera de una fragil mariposa. Se me ocurrian pensamientos como este de cursis porque como ya he dicho su belleza me transportaba a cualquier noche de hace 60 años.
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Los contrayentes comenzaron a bailar el inevitable vals cuando yo consegui habilmente deslizarme hasta su desprevenida retaguardia. Sus amigas salieron a la pista acompañadas de sus respectivas parejas y ella se quedo sola, sosteniendo muy convenientemente un plato y una tacita de te. Eche en falta que en ese momento mi vision no perdiera la capacidad de ver en color. Si todo se hubiera tornado blanco y negro y en lugar de un joven con un portatil y una mesa de mezclas hubiesemos contado con una orquesta con seccion de viento y cuerda la ambientacion habria sido perfecta.
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Cogi el plato y la taza de te de sus manos y las deposite en la mesa de al lado. En un correcto ingles la invite a bailar pero ella, terriblemente azorada, se nego. Miro a la pista, me miro de nuevo con sus ojos verdeazulados y me dijo que despues. No se como empezo una banal conversacion en la que intercambiamos nuestros nombres, aclaramos si veniamos por parte del novio o de la novia y sali de dudas sobre su procedencia. Ante su sonrisa supe que era londinesa y que yo no era el primero que pensaba que su origen era irlandes. Tras el vals la musica que sono era imposible de bailar con cierta dignidad si no se tenia un determinado nivel de alcohol en sangre, y como no era el caso dejamos la cosa en ese punto y nos separamos.
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Las conversaciones en lugares opuestos del salon de celebraciones continuaron y nuestras miradas continuaban cruzandose.
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Mucho despues sali al jardin a llamar por el movil a un amigo que celebraba su cumpleaños esa misma noche y a cuya fiesta no podia asistir por obvios motivos de compromiso familiar. El jardin que rodeaba el lugar tenia un leve toque a parque romantico decimononico, con un cuidadisimo cesped, parterres recortados, macizos de flores que dejaban sentir su aroma en el fresco de la noche, pequeños muros de piedra, fuentes y albercas con velas flotando en sus tranquilas aguas, algun banco de madera... y alli estaba ella, sentada en uno de esos bancos, sola.
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Por un momento me vi desde fuera, rodado en 35 m.m., pelicula en blanco y negro, con una banda sonora de seccion de cuerda que sonaba de fondo algo atenuada desde el interior de la fiesta, vestido con smoking, pañuelo en el bolsillo del pecho, con fino bigote en lugar de perilla, pelo engominado hacia atras en lugar de rizado anarquicamente y en mi mano no un movil sino un cigarrillo. Ella no necesitaba cambio alguno, de hecho su vestido si no en forma al menos en color y estampado podria haber sido aceptable en un acto social elegante y sofisticado de la Inglaterra de mediados de siglo XX.
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Me acerque hasta ella y desde una prudente distancia le pregunte si todo iba bien. Todo iba bien y fue a mejor desde ese momento, porque comenzamos a hablar y a contarnos cosas, a comunicarnos algo mas aparte de las superficialidades que antes habiamos compartido. Curiosamente alternamos su ingles materno con el italiano que yo chapurreo pero entiendo casi a la perfeccion. Coincidencias de la vida, ella habia pasado su año como Erasmus en Padova, la ciudad de mi santo, San Antonio de Padua, que en realidad se llamaba Fernando y era de Lisboa, pero eso es otra historia. Santo Varon.
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La noche avanzo, ella tenia frio y yo la acompañe al interior a por su abrigo, volvimos a salir y continuamos mezclando tres idiomas con total naturalidad, ella siguio regalandome unas miradas que hace decadas que no recoge una camara de cine y yo continue fascinado y casi a punto de mentirle y decirle que la noche siguiente partia a combatir en mi Spitfire de la Royal Air Force contra los malvados bombarderos de la Luftwaffe. Inglaterra no se rendira jamas mientras en el pecho de nosotros, sus valientes oficiales, llevemos la fuerza que nos da el sabernos amados por mujeres bellas, de mirada intensa y un punto burlona y cabellos rojos como la pasion que compartimos. Por mujeres como Cammy, a quien tenia ante mi como se hubiese escapado de la bobina numero dos de una pelicula belica.
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Antes de que el alba comenzase a despuntar y el sol me despertara del sueño nos despedimos. Le dije con un acento ingles forzadamente britanico que habia estado encantado de conocerla y que le agradecia los momentos que habiamos compartido esa noche. Ella sonrio y nos dimos un beso. Lo que no sabra nunca es que con ella habia viajado durante esas horas en el tiempo y que en el futuro, cuando recuerde esta noche, mi mente no volvera a este año y esta ciudad sino a una noche indeterminada de la Inglaterra de 1944.

martes, 6 de mayo de 2008

La sonrisa de sus ojos llorosos


Desde el primer día que nuestros ojos se cruzaron supimos ambos que terminaríamos siendo una persona especial el uno para el otro.
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Pero también desde la primera vez que la abracé supe que no pasaríamos de ser unos grandísimos amigos, aunque yo la amaré siempre. Compartíamos trabajo y esa convivencia, lejos de minar nuestra amistad la fortaleció, nos hizo cómplices, compañeros de alguna que otra juerga, "partners in crime", confidentes, paño de lágrimas y hombro de infinito consuelo.
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Años más tarde me confesó que sin mí a su lado nuestros inicios en aquel periódico la hubieran arrojado en los brazos de la depresión, pero que ni en mis momentos más amargos en lo personal ni en lo profesional me faltó jamás una sonrisa para ella, a las 8 de la mañana, mientras ella entraba en el cercanías de menos 5 que nos llevaba a trabajar en la confección del papel de envolver los pescados del día siguiente.
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Fueron años duros, exigentes, y fuímos todo lo que pueden ser un hombre y una mujer mutuamente sin llegar a sentir la piel desnuda del otro en la propia. Nos llegamos a conocer demasiado bien, por eso ambos sabíamos que no podíamos ser más que lo que ya eramos.
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Sólo hubo una noche, mucho después, cuando ya nos consolábamos de matrimonios rotos y no de parejas inaguantables y pasajeras, una noche en un bar en el que luego añoraría girasoles con destinos prefijados, en que miré a sus ojos azules intensos como el mar del norte de donde procedía, y tuve que detenerme para no besarla. Nuestras risas se mezclaban con la música y el alma se me salía por los poros, y la certeza de su presencia no lograba aquietar mi ánsia por su lejanía en todo lo demás. Esa madrugada, cada uno ya en su casa, sólos a conciencia, nos enviamos unos cuantos mensajes al móvil, como adolescentes, con palabras que traslucían algo más que el agradecimiento por una noche que pudo haber sido nuestra.
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Un día, mientras volvíamos a nuestro despacho (porque además compartíamos despacho desde que salimos de la redacción masificada) los hijos de un compañero correteando por el pasillo de dirección nos obligaron a aproximarnos, y mi instinto me llevó a unir mi cadera a la suya mientras para mantener la verticalidad posaba mi mano sobre su cadera, firme y elástica bajo unos vaqueros que parecían haber sido fabricados exclusivamente para su cuerpo. Casi parecíamos una pareja, con los chiquillos corriendo a nuestro alrededor. Me sonrió como solía hacerlo sólo a veces, bajando la barbilla, con la boca seria y casi tímida pero con una sonrisilla burlona asomándose a sus ojos. Me habló con esa voz suya delicada y musical y que a pesar de los años no había perdido del todo su ligero deje extranjero, lo que me la hacía más irresistible si cabía.
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"Sabes que nunca funcionaría".
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Entramos en el despacho, donde de los altavoces de su ordenador salía la melodía del más delicioso cuarteto de cuerda jamás escrito, la "Música nocturna para las calles de Madrid" de Boccherini. Nos sentamos cada uno frente a su pantalla y comenzamos a preparar lo que nos acababa de pedir nuestro jefe de área. Tras unos momentos, rompí el silencio.
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"Lo sé... desde el primer momento lo supe".
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Esta mañana era otra información la que nos debía mantener ocupados fuera de la redacción, pero el destino tiene sus propios planes para nosotros, pobres mortales, y terminamos asistiendo al parto de una jóven suramericana en mitad de la calle. Le decíamos al unísono que empujara, el bebé casi salía sólo pero necesitaba un poco de ayuda extra. La cabeza estaba prácticamente fuera y solo un empujón final bastaba para concluir el trance. Contemplar desde tan corta distancia la llegada a este mundo de un ser humano era algo para lo que quizá no estábamos preparados ninguno de los dos. O ninguno de los cuatro. Mientras el Policía Municipal que finalmente se personó en el lugar de los hechos buscaba por sus bolsillos algo para cortar el cordón umbilical y hacer un torniquete (finalmente me entendió cuando le señalé la pinza de su corbata), dejé a la niña (era niña) sobre el vientre de la madre, que sudorosa y llorosa miraba a su hija como nadie la miraría jamás.
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Yo tenía las manos manchadas de sangre y llenas de vida nueva. Ella, mi compañera de tantos años, mi imposible amor secreto a voces, me las cogió, me las apretaba, le temblaban sus manos y buscaba en las mías un asidero firme que yo también precisaba. Lloraba y en sus ojos vi una alegría que no conocía. Tantos años desentrañando sus más mínimos gestos y siempre me guardaba una sopresa como esta. Me besó y en sus labios había sentimientos guardados durante más de diez años. Todos esos años pensé que ya había agotado mis lágrimas por ella pero aún me quedaban unas cuantas que aproveché para dejar salir por considerar apropiada la circunstancia y oportuno el momento.
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Anoche soñé que hoy soñaría con ese beso, y que no sería un sueño, sino un recuerdo.