Gracias a Lola Gracia por animarme a contarlo. Gracias a I. por inspirarme.
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Algunos momentos de nuestras vidas requerirían de una banda sonora musical específica para al evocarlos alcanzar en toda su magnitud el grado de emotividad con que tuvieron lugar.
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A veces, como en una película de Dogma, efectivamente, suena una melodía de fondo y la vinculas a tu experiencia vital. En ocasiones la música es hasta apropiada y el recuerdo resulta años después idílico, totalmente cinematográfico. Hay otras veces en que existe una falta de adecuación total y mientras descubres un paisaje maravilloso, te deja tu pareja o te enamoras suena una polka, música bakalao o Georgie Dann. Adiós a la magia para siempre jamás.
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Esa noche, en cambio, no había música alguna.
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Llovía. Era primavera, una primavera recién estrenada pero totalmente atípica, de hecho el día anterior en la sierra la cumbre aparecía nevada. La lluvia era incesante, duraba ya varios días, la sangre se altera pero era curioso sentirlo en lo que parecía invierno.
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No había una causa, simplemente me apetecía. Marqué su número en el móvil y me senté en el sillón. Tenía ganas de hablar con ella, sin más.
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Y así sucedió durante más de hora y media, ella en su casa, yo en la mía, con la lluvia buscando el pentagrama de nuestros cristales para componer una melodía que envolviese nuestra conversación.
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Se puede decir que nos contamos la vida. Habíamos empezado ya a hacerlo en conversaciones previas, esas charlas en las que al final partiendo de la anécdota llegas a la categoría sin proponértelo realmente. Esa noche quizá nos sinceramos más por el hecho de no estar mirándonos a los ojos. Y así lo comentamos. Creo que ambos nos encontrábamos cómodos con la mutua compañía, pero la ausencia de una mirada que repruebe o asienta un comentario puede facilitar la confesión sincera, la complicidad.
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Yo me acordaba por momentos de una canción de Franco Battiato, "E ti vengo a cercare" ("Y te vengo a buscar") en la que declara la necesidad de estar en presencia de alguien especial por el mero hecho de querer ver a esa persona o hablar con ella, hablar para poder entender mejor la propia esencia, resultando en un arranque místico y sensual que le encadena a esa persona, concluyendo después de cierto devaneo con las profundidades del espíritu que en realidad la única razón para la búsqueda de esa presencia, de esa compañía, es que estás bien con esa persona.
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A veces simplemente esa es la recompensa. A veces incluso se alcanza un premio. Saber que sin un motivo o un objetivo, en medio de una noche fría, lluviosa y desapacible, la conversación con alguien que te resulta estimulante te hace sentir bien y al mismo tiempo notas que también esa persona pasa un rato agradable.
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Luego progresivamente se va ahondando en las auténticas preocupaciones vitales, en los sentimientos de dolor, fustración o desesperanza, se comparten las penas y se procura esquivar las lágrimas, que ya llora bastante el cielo esta noche. Hay, como no, momento para la risa, para el humor que recarga las pilas, para la ilusión y la luz al final del túnel.
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Gozamos de la ventaja que no tienen las despedidas de película. En el cine el tren parte del andén irremisiblemente, dejándola a ella desamparada en el vagón que se escapa y a él angustiado corriendo por el andén de la estación esquivando pasajeros. Nosotros nos despedimos pero retomamos la conversación y al cabo de unos minutos volvemos a despedirnos pero volvemos a encontrar hilo de diálogo y nos atamos un poquito con el mismo hasta que decidimos quedarnos cada uno con nuestro lado del cordel, pero todavía no, que ahora que lo dices me acuerdo que el otro día...
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En nuestras palabras había mensajes que cara a cara quizá cuestan más llegar al interlocutor porque nos cuesta vencer el peso de la mirada de enfrente, aun cuando sabemos que no hay reproche ni cuestionamiento a nuestra confidencia. Eso quizá haya sido esa noche una ventaja, pero pese a todo echo de menos la sonrisa de sus ojos o el aleteo de sus pestañas y su mirada de reojo pícara y divertida. La risa de su voz si la tenía a mi lado esa noche, y me hacía sentir bien.
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Acabó la conversación y la lluvia continuaba su concierto en la ventana. Me quedé todavía un rato disfrutándolo.
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Algunos momentos de nuestras vidas requerirían de una banda sonora musical específica para al evocarlos alcanzar en toda su magnitud el grado de emotividad con que tuvieron lugar.
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A veces, como en una película de Dogma, efectivamente, suena una melodía de fondo y la vinculas a tu experiencia vital. En ocasiones la música es hasta apropiada y el recuerdo resulta años después idílico, totalmente cinematográfico. Hay otras veces en que existe una falta de adecuación total y mientras descubres un paisaje maravilloso, te deja tu pareja o te enamoras suena una polka, música bakalao o Georgie Dann. Adiós a la magia para siempre jamás.
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Esa noche, en cambio, no había música alguna.
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Llovía. Era primavera, una primavera recién estrenada pero totalmente atípica, de hecho el día anterior en la sierra la cumbre aparecía nevada. La lluvia era incesante, duraba ya varios días, la sangre se altera pero era curioso sentirlo en lo que parecía invierno.
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No había una causa, simplemente me apetecía. Marqué su número en el móvil y me senté en el sillón. Tenía ganas de hablar con ella, sin más.
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Y así sucedió durante más de hora y media, ella en su casa, yo en la mía, con la lluvia buscando el pentagrama de nuestros cristales para componer una melodía que envolviese nuestra conversación.
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Se puede decir que nos contamos la vida. Habíamos empezado ya a hacerlo en conversaciones previas, esas charlas en las que al final partiendo de la anécdota llegas a la categoría sin proponértelo realmente. Esa noche quizá nos sinceramos más por el hecho de no estar mirándonos a los ojos. Y así lo comentamos. Creo que ambos nos encontrábamos cómodos con la mutua compañía, pero la ausencia de una mirada que repruebe o asienta un comentario puede facilitar la confesión sincera, la complicidad.
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Yo me acordaba por momentos de una canción de Franco Battiato, "E ti vengo a cercare" ("Y te vengo a buscar") en la que declara la necesidad de estar en presencia de alguien especial por el mero hecho de querer ver a esa persona o hablar con ella, hablar para poder entender mejor la propia esencia, resultando en un arranque místico y sensual que le encadena a esa persona, concluyendo después de cierto devaneo con las profundidades del espíritu que en realidad la única razón para la búsqueda de esa presencia, de esa compañía, es que estás bien con esa persona.
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A veces simplemente esa es la recompensa. A veces incluso se alcanza un premio. Saber que sin un motivo o un objetivo, en medio de una noche fría, lluviosa y desapacible, la conversación con alguien que te resulta estimulante te hace sentir bien y al mismo tiempo notas que también esa persona pasa un rato agradable.
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Luego progresivamente se va ahondando en las auténticas preocupaciones vitales, en los sentimientos de dolor, fustración o desesperanza, se comparten las penas y se procura esquivar las lágrimas, que ya llora bastante el cielo esta noche. Hay, como no, momento para la risa, para el humor que recarga las pilas, para la ilusión y la luz al final del túnel.
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Gozamos de la ventaja que no tienen las despedidas de película. En el cine el tren parte del andén irremisiblemente, dejándola a ella desamparada en el vagón que se escapa y a él angustiado corriendo por el andén de la estación esquivando pasajeros. Nosotros nos despedimos pero retomamos la conversación y al cabo de unos minutos volvemos a despedirnos pero volvemos a encontrar hilo de diálogo y nos atamos un poquito con el mismo hasta que decidimos quedarnos cada uno con nuestro lado del cordel, pero todavía no, que ahora que lo dices me acuerdo que el otro día...
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En nuestras palabras había mensajes que cara a cara quizá cuestan más llegar al interlocutor porque nos cuesta vencer el peso de la mirada de enfrente, aun cuando sabemos que no hay reproche ni cuestionamiento a nuestra confidencia. Eso quizá haya sido esa noche una ventaja, pero pese a todo echo de menos la sonrisa de sus ojos o el aleteo de sus pestañas y su mirada de reojo pícara y divertida. La risa de su voz si la tenía a mi lado esa noche, y me hacía sentir bien.
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Acabó la conversación y la lluvia continuaba su concierto en la ventana. Me quedé todavía un rato disfrutándolo.
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