Para I. entre otras cosas porque al final contuvo sus lágrimas.
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-¿Tu sabes si esta tarde ponen "Memorias de África" en la tele?
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-Pues la verdad es que no, ni idea.
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-Es una película preciosa, siempre que la veo termino llorando.
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-Pues te vas a reír... yo no la he visto nunca.
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-¡No me lo puedo creer!
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-De verdad.
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-Pero ¿ni un trozo?
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-Bueno, sí, he visto trozos sueltos de algunas veces que la han puesto en la tele. Cuando se encuentran en el tren, el vuelo en avioneta, la escena en que él le lava el pelo a ella... pero vamos, que no, no la he visto.
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-Pues es una lastima.
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-Pues sí.
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Un buen rato después de acabar la conversación por teléfono un mensaje llega al móvil de él:
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"Al final la ponen en la 1 Voy a coger los kleenex"
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La respuesta no se hace esperar:
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"Si necesitas mas kleenex, o un hombro, o un hombre, o helado... ¿me llamarás?"
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Inmediatamente llega contrareplica:
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"Solo si el helado es de chocolate!!!".
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Poco después, en concreto el tiempo justo para comprar una tarrina de Chocolate Belga de Haagen-Dazs y unos kleenex (por la coña) y cruzar en moto la ciudad de punta a punta, el móvil de ella suena.
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-Buenas ¿como llevas el gasto de kleenex?
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-Jajaja. Aun no he empezado a usarlo, ¿por que lo dices?
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-Bueno, por si te hacían falta mas te he traído un paquete... y un poco de helado de chocolate.
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-Pero ¿que dices? ¿donde estás?
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-Pues si no me equivoco en la puerta de tu casa.
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-¡Anda ya!
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-Que si, ¿en que piso vives?
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-Jajaja, que guasa tienes.
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-No en serio.
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-En el 2º C
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Con la mano en la que sostiene la bolsa con el helado y los kleenex consigue medio liberar un dedo para apretar el botón del telefonillo.
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-¿Es ese que suena?
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-No me lo puedo creer. Lo del helado de chocolate sera una broma ¿no?
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-Nunca bromeo cuando se trata de helado de chocolate. Asomate por la ventana y lo veras.
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Ella se asoma. El saca la tarrina de helado de la bolsa y la muestra agitándola hacia los lados. Sus sonrisas se cruzan.
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Ella vuelve al interior, abre la puerta, el sube. Llega a su piso, ella le espera con la puerta abierta y los ojos llenos de sonrisa. Se dan dos besos. Le da el helado y los kleenex. Pasan al salón. El deja el casco en el suelo y la chaqueta en el respaldo de una silla. Ella le señala un lugar en el sofá, frente a la tele. Se sientan y ella le extiende la manta para compartir el calor de hogar.
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Ven la película salpicándola de comentarios, unos a propósito de la misma, otros no. Callan en momentos singulares. Apostillan frases y actitudes. Convergen y divergen.
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Llega el momento en que Robert Redford y Meryl Streep suben a una avioneta a recorrer el infinito azul del cielo africano sobre tierra, lago, pastos y arboles verdes, tierra marrón, animales que corren, todo entre nubes, sueños y silencios.
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Quizá debería haber sido el momento apropiado. Aquel en que Meryl alarga su mano hacia atrás, a ciegas, sabiendo que encontrara la de Robert. El lo piensa, por un instante su mirada se aparta de la pantalla y mira la mano de ella, sobre el regazo, por encima de la manta. Mal momento para la vacilación, la duda...
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La avioneta se aleja por el cielo de África, la música de John Barry se desvanece, y cuando el cree que la magia aun puede prolongarse un poco, que lo bonito que podría resultar todo si la vida fuera un poco como en el cine esta a punto de darle una oportunidad la vil audiencia, el share y los anunciantes dan al traste con su imaginación a base de una pausa publicitaria tan brusca como inoportuna. La música va desapareciendo poco a poco y la avioneta se aleja perdiéndose entre las nubes y el ruido del viento, lo que deja paso bruscamente a una sucesión de motos corriendo por un circuito de velocidad, anunciando la carrera de mañana domingo.
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Por unos minutos le repatean las motos.
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Cuando acaba la película ella le confiesa que ha sido la primera vez que no ha llorado al verla, porque le daba vergüenza hacerlo delante de el. El se calla que también ha estado a punto de llorar, pero de rabia por la falta de oportunidad de las pausas publicitarias y su falta de miramiento con el romanticismo de los espectadores.