sábado, 18 de abril de 2009

Manos a traves del aire



Para I. entre otras cosas porque al final contuvo sus lágrimas.
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-¿Tu sabes si esta tarde ponen "Memorias de África" en la tele?
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-Pues la verdad es que no, ni idea.
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-Es una película preciosa, siempre que la veo termino llorando.
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-Pues te vas a reír... yo no la he visto nunca.
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-¡No me lo puedo creer!
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-De verdad.
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-Pero ¿ni un trozo?
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-Bueno, sí, he visto trozos sueltos de algunas veces que la han puesto en la tele. Cuando se encuentran en el tren, el vuelo en avioneta, la escena en que él le lava el pelo a ella... pero vamos, que no, no la he visto.
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-Pues es una lastima.
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-Pues sí.
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Un buen rato después de acabar la conversación por teléfono un mensaje llega al móvil de él:
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"Al final la ponen en la 1 Voy a coger los kleenex"
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La respuesta no se hace esperar:
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"Si necesitas mas kleenex, o un hombro, o un hombre, o helado... ¿me llamarás?"
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Inmediatamente llega contrareplica:
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"Solo si el helado es de chocolate!!!".
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Poco después, en concreto el tiempo justo para comprar una tarrina de Chocolate Belga de Haagen-Dazs y unos kleenex (por la coña) y cruzar en moto la ciudad de punta a punta, el móvil de ella suena.
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-Buenas ¿como llevas el gasto de kleenex?
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-Jajaja. Aun no he empezado a usarlo, ¿por que lo dices?
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-Bueno, por si te hacían falta mas te he traído un paquete... y un poco de helado de chocolate.
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-Pero ¿que dices? ¿donde estás?
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-Pues si no me equivoco en la puerta de tu casa.
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-¡Anda ya!
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-Que si, ¿en que piso vives?
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-Jajaja, que guasa tienes.
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-No en serio.
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-En el 2º C
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Con la mano en la que sostiene la bolsa con el helado y los kleenex consigue medio liberar un dedo para apretar el botón del telefonillo.
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-¿Es ese que suena?
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-No me lo puedo creer. Lo del helado de chocolate sera una broma ¿no?
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-Nunca bromeo cuando se trata de helado de chocolate. Asomate por la ventana y lo veras.
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Ella se asoma. El saca la tarrina de helado de la bolsa y la muestra agitándola hacia los lados. Sus sonrisas se cruzan.
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Ella vuelve al interior, abre la puerta, el sube. Llega a su piso, ella le espera con la puerta abierta y los ojos llenos de sonrisa. Se dan dos besos. Le da el helado y los kleenex. Pasan al salón. El deja el casco en el suelo y la chaqueta en el respaldo de una silla. Ella le señala un lugar en el sofá, frente a la tele. Se sientan y ella le extiende la manta para compartir el calor de hogar.
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Ven la película salpicándola de comentarios, unos a propósito de la misma, otros no. Callan en momentos singulares. Apostillan frases y actitudes. Convergen y divergen.
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Llega el momento en que Robert Redford y Meryl Streep suben a una avioneta a recorrer el infinito azul del cielo africano sobre tierra, lago, pastos y arboles verdes, tierra marrón, animales que corren, todo entre nubes, sueños y silencios.
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Quizá debería haber sido el momento apropiado. Aquel en que Meryl alarga su mano hacia atrás, a ciegas, sabiendo que encontrara la de Robert. El lo piensa, por un instante su mirada se aparta de la pantalla y mira la mano de ella, sobre el regazo, por encima de la manta. Mal momento para la vacilación, la duda...
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La avioneta se aleja por el cielo de África, la música de John Barry se desvanece, y cuando el cree que la magia aun puede prolongarse un poco, que lo bonito que podría resultar todo si la vida fuera un poco como en el cine esta a punto de darle una oportunidad la vil audiencia, el share y los anunciantes dan al traste con su imaginación a base de una pausa publicitaria tan brusca como inoportuna. La música va desapareciendo poco a poco y la avioneta se aleja perdiéndose entre las nubes y el ruido del viento, lo que deja paso bruscamente a una sucesión de motos corriendo por un circuito de velocidad, anunciando la carrera de mañana domingo.
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Por unos minutos le repatean las motos.
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Cuando acaba la película ella le confiesa que ha sido la primera vez que no ha llorado al verla, porque le daba vergüenza hacerlo delante de el. El se calla que también ha estado a punto de llorar, pero de rabia por la falta de oportunidad de las pausas publicitarias y su falta de miramiento con el romanticismo de los espectadores.

martes, 7 de abril de 2009

La música de la lluvia tras el cristal


Gracias a Lola Gracia por animarme a contarlo. Gracias a I. por inspirarme.
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Algunos momentos de nuestras vidas requerirían de una banda sonora musical específica para al evocarlos alcanzar en toda su magnitud el grado de emotividad con que tuvieron lugar.
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A veces, como en una película de Dogma, efectivamente, suena una melodía de fondo y la vinculas a tu experiencia vital. En ocasiones la música es hasta apropiada y el recuerdo resulta años después idílico, totalmente cinematográfico. Hay otras veces en que existe una falta de adecuación total y mientras descubres un paisaje maravilloso, te deja tu pareja o te enamoras suena una polka, música bakalao o Georgie Dann. Adiós a la magia para siempre jamás.
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Esa noche, en cambio, no había música alguna.
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Llovía. Era primavera, una primavera recién estrenada pero totalmente atípica, de hecho el día anterior en la sierra la cumbre aparecía nevada. La lluvia era incesante, duraba ya varios días, la sangre se altera pero era curioso sentirlo en lo que parecía invierno.
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No había una causa, simplemente me apetecía. Marqué su número en el móvil y me senté en el sillón. Tenía ganas de hablar con ella, sin más.
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Y así sucedió durante más de hora y media, ella en su casa, yo en la mía, con la lluvia buscando el pentagrama de nuestros cristales para componer una melodía que envolviese nuestra conversación.
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Se puede decir que nos contamos la vida. Habíamos empezado ya a hacerlo en conversaciones previas, esas charlas en las que al final partiendo de la anécdota llegas a la categoría sin proponértelo realmente. Esa noche quizá nos sinceramos más por el hecho de no estar mirándonos a los ojos. Y así lo comentamos. Creo que ambos nos encontrábamos cómodos con la mutua compañía, pero la ausencia de una mirada que repruebe o asienta un comentario puede facilitar la confesión sincera, la complicidad.
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Yo me acordaba por momentos de una canción de Franco Battiato, "E ti vengo a cercare" ("Y te vengo a buscar") en la que declara la necesidad de estar en presencia de alguien especial por el mero hecho de querer ver a esa persona o hablar con ella, hablar para poder entender mejor la propia esencia, resultando en un arranque místico y sensual que le encadena a esa persona, concluyendo después de cierto devaneo con las profundidades del espíritu que en realidad la única razón para la búsqueda de esa presencia, de esa compañía, es que estás bien con esa persona.
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A veces simplemente esa es la recompensa. A veces incluso se alcanza un premio. Saber que sin un motivo o un objetivo, en medio de una noche fría, lluviosa y desapacible, la conversación con alguien que te resulta estimulante te hace sentir bien y al mismo tiempo notas que también esa persona pasa un rato agradable.
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Luego progresivamente se va ahondando en las auténticas preocupaciones vitales, en los sentimientos de dolor, fustración o desesperanza, se comparten las penas y se procura esquivar las lágrimas, que ya llora bastante el cielo esta noche. Hay, como no, momento para la risa, para el humor que recarga las pilas, para la ilusión y la luz al final del túnel.
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Gozamos de la ventaja que no tienen las despedidas de película. En el cine el tren parte del andén irremisiblemente, dejándola a ella desamparada en el vagón que se escapa y a él angustiado corriendo por el andén de la estación esquivando pasajeros. Nosotros nos despedimos pero retomamos la conversación y al cabo de unos minutos volvemos a despedirnos pero volvemos a encontrar hilo de diálogo y nos atamos un poquito con el mismo hasta que decidimos quedarnos cada uno con nuestro lado del cordel, pero todavía no, que ahora que lo dices me acuerdo que el otro día...
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En nuestras palabras había mensajes que cara a cara quizá cuestan más llegar al interlocutor porque nos cuesta vencer el peso de la mirada de enfrente, aun cuando sabemos que no hay reproche ni cuestionamiento a nuestra confidencia. Eso quizá haya sido esa noche una ventaja, pero pese a todo echo de menos la sonrisa de sus ojos o el aleteo de sus pestañas y su mirada de reojo pícara y divertida. La risa de su voz si la tenía a mi lado esa noche, y me hacía sentir bien.
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Acabó la conversación y la lluvia continuaba su concierto en la ventana. Me quedé todavía un rato disfrutándolo.

martes, 20 de enero de 2009

Canon de madrugada en el piano del Zalaca


No he echado de menos el humo ni la penumbra con la que José Luís Alvite camufla las almas errabundas y heridas de vida en su Savoy.
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Era la hora bruja en que los clientes escasean, el único paseante de la calle es el frío y el tráfico lo construyen los camiones de la basura, los cuatro noctámbulos que quedarán en la calle a la mañana siguiente del Día del Juicio Final y el chino de las flores.
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Las camareras ya han apagado la máquina del café, la persiana está bajando, hay sillas y taburetes con las patas apuntando al techo y el último chupito se lo bebe el conductor del camión de la basura que hay aparcado en la puerta, como si fuera un chiste de Chiquito de la Calzada a punto de empezar.
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Media docena de almas cercanas apuran en sus vasos el envoltorio de los restos de hielo y yo pido la llave del piano. Subo los escalones mientras las conversaciones continúan abajo,mutuamente ajenos. Abro el piano y compruebo que no está desafinado. Me quito la chaqueta y me sitúo ante las teclas.
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Con timidez marco las 8 notas que configuran el armazón esencial del Canon de Pachelbel. Una sola nota con un dedo de cada mano. Con parsimonia, trazando pacientemente la senda que luego transitaré al galope de todos los dedos que sea capaz de involucrar.
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Recorro una primera vez la escala con notas individuales y tímidas. La segunda vuelta ya permite entrever esbozos de inminentes acordes. El ritmo sigue siendo pausado, no hay ninguna prisa. Las conversaciones siguen en un segundo plano y yo no le estoy exigiendo demasiadovolumen a la combinación de madera, acero y marfil.
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Como en las sevillanas, vamos a por la tercera, y aquí sí, ya enseño los acordes al completo, tres notas marcadas intensamente con la mano derecha, en algunos momentos el meñique y el anular se permiten fugaces paseos por las teclas aledañas, mientras con la mano izquierda me permito no cargar demasiado la melodía usando una nota sencilla cada vez y permitiéndome una cierta agilidad en la elaboración del acompañamiento.
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La estructura se va haciendo más compleja y llego a emular con la derecha algunas de las notas que habitualmente desgrana un violín acelerado, ese que siempre me parece al escuchar la pieza que encerraba tanta emoción en su alma que necesitaba escapar del pentagrama que le constreñía para buscar aire por encima del resto de la melodía. 
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Poco a poco la interpretación va cobrando velocidad, en una interpretación evidentemente libre de la partitura de Pachebel, entre otras cosas porque no manejo un cuarteto de cuerda sino tan solo un piano, y además porque hace 48 horas que sin ayuda de partituras sino tan solo apoyado por la memoria me puse delante del piano y averigüé qué notas debía tocar para repetir esta composición. Y además, el piano habla su propio lenguaje.
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El ruido en la calle de los camiones de basura se había desvanecido, las conversaciones de la decena de habitantes del bar se habían extinguido. El Zalaca era ahora la sala de conciertos que yo llenaba con notas arrancadas al tesón y la memoria, notas que me hacen disfrutar al acariciarel viejo marfil del piano del bar, mientras no puedo evitar mirar a la mesa que hay en el piso superior del bar, justo encima de donde yo me encuentro en estos momentos con mi Canon a cuestas, y pensando en una noche de conversación con ella sentados en esa mesa, me pregunto que es lo que no funcionó, el porqué de esta distancia, la causa del silencio.
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Aquella noche en la despedida sus manos estaban ateridas por el frío de la calle, un frío como el de esta noche, un frío que sin embargo mis manos hoy han sabido combatir y por eso mis dedos ahora recorren ágiles el teclado del viejo piano del Zalaca. Porque dentro, en medio de las cenizas y las brasas, sé que aún hay fuego y que basta hallar el soplido adecuado de aire para encender de nuevo la llama.
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Así que ataco con fuerza lo que he decidido que va a ser el último movimiento de este Canon libre de Pachebel para piano viejo y corazón mareado en la montaña rusa. Con fuerza pero con un ritmo lento al final, tres notas quedan por tocar, las marco con delicadeza, aguanto la penúltima, un acorde en el que cada tecla se pulsa con cierto desacompasamiento para enriquecer el resultado final y preparar el contrapunto a la despedida, un acorde final suave, que dejo extinguir mientras la atmósfera de madrugada del Zalacaín vuelve a resonar en mis oídos, las conversaciones, el ruido de los vasos que salen del lavavajillas, el tintineo de los últimos cubitosde hielo... la noche sigue fría, pero solo por fuera.

jueves, 20 de noviembre de 2008

NO A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL


Si has llegado a esta entrada buscando alguno de los términos que aparecen en etiquetas usando tu buscador, puede que estés buscando algo que no deberías. Puede que estés cometiendo un delito. Puede que estés enfermo. Puede que necesites ayuda.
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Para los demás, os invito a apoyar esta iniciativa contra la pornografía infantil haciendoos eco de ella en vuestros blogs y páginas web.

lunes, 2 de junio de 2008

Kikirikí ma non troppo




Casi sin hacer ruído, sin molestar a nadie con sus cacareos, así es como se presenta en sociedad, así es como llegan las Memorias Sentimentales del Gallo de Escayola.
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Momentos raptados al tiempo y a la memoria, a los deseos y a los sueños, obligados a perpetuarse en ceros y unos para no olvidar noches de anhelos, rostros indelebles, ojos que se ven en el interior de los párpados al cerrarlos. Intenciones que quedan en nada, frustraciones y afanes que en alguna realidad paralela sí encontraron éxito y cumplida realización.
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Y es que el Gallo de Escayola enamora, pero no cubre.

lunes, 26 de mayo de 2008

Red Cammy, any given 1944 night




Su pelo era del color del fuego intenso.
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Nuestros ojos se habian cruzado varias veces en medio de la muchedumbre, al final de la ceremonia. Tenia un rostro de una belleza serena y discreta que solo se encuentra en las peliculas de los años 40, pero al mismo tiempo algo en su forma de mirar de soslayo, con una sombra burlona en el borde de los ojos, me recordaba a la actriz Mimi Rogers.
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El juego de miradas continuo en el banquete. Era un buffet con la gente deambulando libremente entre mesas con platos y bandejas, asi que hubo ocasion de volver a buscarla entre los asistentes. No era complicado, su pelo era la llama del faro en medio de la tormenta. En algun momento me aproxime a ella y pude confirmar auditivamente mi impresion inicial de su procedencia anglosajona.
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La cena transcurrio entre largos periodos de ignorancia y puntuales busquedas de sus ojos. La distancia no me los hacia indistinguibles, curiosamente estabamos en extremos opuestos de la sala pero una vez localizada sin mayor problema su melena no costaba mucho que al cabo de un rato mis ojos estuviesen de nuevo tan clavados en su retina como un alfiler tratando de capturar eternamente la belleza efimera de una fragil mariposa. Se me ocurrian pensamientos como este de cursis porque como ya he dicho su belleza me transportaba a cualquier noche de hace 60 años.
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Los contrayentes comenzaron a bailar el inevitable vals cuando yo consegui habilmente deslizarme hasta su desprevenida retaguardia. Sus amigas salieron a la pista acompañadas de sus respectivas parejas y ella se quedo sola, sosteniendo muy convenientemente un plato y una tacita de te. Eche en falta que en ese momento mi vision no perdiera la capacidad de ver en color. Si todo se hubiera tornado blanco y negro y en lugar de un joven con un portatil y una mesa de mezclas hubiesemos contado con una orquesta con seccion de viento y cuerda la ambientacion habria sido perfecta.
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Cogi el plato y la taza de te de sus manos y las deposite en la mesa de al lado. En un correcto ingles la invite a bailar pero ella, terriblemente azorada, se nego. Miro a la pista, me miro de nuevo con sus ojos verdeazulados y me dijo que despues. No se como empezo una banal conversacion en la que intercambiamos nuestros nombres, aclaramos si veniamos por parte del novio o de la novia y sali de dudas sobre su procedencia. Ante su sonrisa supe que era londinesa y que yo no era el primero que pensaba que su origen era irlandes. Tras el vals la musica que sono era imposible de bailar con cierta dignidad si no se tenia un determinado nivel de alcohol en sangre, y como no era el caso dejamos la cosa en ese punto y nos separamos.
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Las conversaciones en lugares opuestos del salon de celebraciones continuaron y nuestras miradas continuaban cruzandose.
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Mucho despues sali al jardin a llamar por el movil a un amigo que celebraba su cumpleaños esa misma noche y a cuya fiesta no podia asistir por obvios motivos de compromiso familiar. El jardin que rodeaba el lugar tenia un leve toque a parque romantico decimononico, con un cuidadisimo cesped, parterres recortados, macizos de flores que dejaban sentir su aroma en el fresco de la noche, pequeños muros de piedra, fuentes y albercas con velas flotando en sus tranquilas aguas, algun banco de madera... y alli estaba ella, sentada en uno de esos bancos, sola.
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Por un momento me vi desde fuera, rodado en 35 m.m., pelicula en blanco y negro, con una banda sonora de seccion de cuerda que sonaba de fondo algo atenuada desde el interior de la fiesta, vestido con smoking, pañuelo en el bolsillo del pecho, con fino bigote en lugar de perilla, pelo engominado hacia atras en lugar de rizado anarquicamente y en mi mano no un movil sino un cigarrillo. Ella no necesitaba cambio alguno, de hecho su vestido si no en forma al menos en color y estampado podria haber sido aceptable en un acto social elegante y sofisticado de la Inglaterra de mediados de siglo XX.
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Me acerque hasta ella y desde una prudente distancia le pregunte si todo iba bien. Todo iba bien y fue a mejor desde ese momento, porque comenzamos a hablar y a contarnos cosas, a comunicarnos algo mas aparte de las superficialidades que antes habiamos compartido. Curiosamente alternamos su ingles materno con el italiano que yo chapurreo pero entiendo casi a la perfeccion. Coincidencias de la vida, ella habia pasado su año como Erasmus en Padova, la ciudad de mi santo, San Antonio de Padua, que en realidad se llamaba Fernando y era de Lisboa, pero eso es otra historia. Santo Varon.
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La noche avanzo, ella tenia frio y yo la acompañe al interior a por su abrigo, volvimos a salir y continuamos mezclando tres idiomas con total naturalidad, ella siguio regalandome unas miradas que hace decadas que no recoge una camara de cine y yo continue fascinado y casi a punto de mentirle y decirle que la noche siguiente partia a combatir en mi Spitfire de la Royal Air Force contra los malvados bombarderos de la Luftwaffe. Inglaterra no se rendira jamas mientras en el pecho de nosotros, sus valientes oficiales, llevemos la fuerza que nos da el sabernos amados por mujeres bellas, de mirada intensa y un punto burlona y cabellos rojos como la pasion que compartimos. Por mujeres como Cammy, a quien tenia ante mi como se hubiese escapado de la bobina numero dos de una pelicula belica.
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Antes de que el alba comenzase a despuntar y el sol me despertara del sueño nos despedimos. Le dije con un acento ingles forzadamente britanico que habia estado encantado de conocerla y que le agradecia los momentos que habiamos compartido esa noche. Ella sonrio y nos dimos un beso. Lo que no sabra nunca es que con ella habia viajado durante esas horas en el tiempo y que en el futuro, cuando recuerde esta noche, mi mente no volvera a este año y esta ciudad sino a una noche indeterminada de la Inglaterra de 1944.

martes, 6 de mayo de 2008

La sonrisa de sus ojos llorosos


Desde el primer día que nuestros ojos se cruzaron supimos ambos que terminaríamos siendo una persona especial el uno para el otro.
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Pero también desde la primera vez que la abracé supe que no pasaríamos de ser unos grandísimos amigos, aunque yo la amaré siempre. Compartíamos trabajo y esa convivencia, lejos de minar nuestra amistad la fortaleció, nos hizo cómplices, compañeros de alguna que otra juerga, "partners in crime", confidentes, paño de lágrimas y hombro de infinito consuelo.
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Años más tarde me confesó que sin mí a su lado nuestros inicios en aquel periódico la hubieran arrojado en los brazos de la depresión, pero que ni en mis momentos más amargos en lo personal ni en lo profesional me faltó jamás una sonrisa para ella, a las 8 de la mañana, mientras ella entraba en el cercanías de menos 5 que nos llevaba a trabajar en la confección del papel de envolver los pescados del día siguiente.
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Fueron años duros, exigentes, y fuímos todo lo que pueden ser un hombre y una mujer mutuamente sin llegar a sentir la piel desnuda del otro en la propia. Nos llegamos a conocer demasiado bien, por eso ambos sabíamos que no podíamos ser más que lo que ya eramos.
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Sólo hubo una noche, mucho después, cuando ya nos consolábamos de matrimonios rotos y no de parejas inaguantables y pasajeras, una noche en un bar en el que luego añoraría girasoles con destinos prefijados, en que miré a sus ojos azules intensos como el mar del norte de donde procedía, y tuve que detenerme para no besarla. Nuestras risas se mezclaban con la música y el alma se me salía por los poros, y la certeza de su presencia no lograba aquietar mi ánsia por su lejanía en todo lo demás. Esa madrugada, cada uno ya en su casa, sólos a conciencia, nos enviamos unos cuantos mensajes al móvil, como adolescentes, con palabras que traslucían algo más que el agradecimiento por una noche que pudo haber sido nuestra.
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Un día, mientras volvíamos a nuestro despacho (porque además compartíamos despacho desde que salimos de la redacción masificada) los hijos de un compañero correteando por el pasillo de dirección nos obligaron a aproximarnos, y mi instinto me llevó a unir mi cadera a la suya mientras para mantener la verticalidad posaba mi mano sobre su cadera, firme y elástica bajo unos vaqueros que parecían haber sido fabricados exclusivamente para su cuerpo. Casi parecíamos una pareja, con los chiquillos corriendo a nuestro alrededor. Me sonrió como solía hacerlo sólo a veces, bajando la barbilla, con la boca seria y casi tímida pero con una sonrisilla burlona asomándose a sus ojos. Me habló con esa voz suya delicada y musical y que a pesar de los años no había perdido del todo su ligero deje extranjero, lo que me la hacía más irresistible si cabía.
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"Sabes que nunca funcionaría".
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Entramos en el despacho, donde de los altavoces de su ordenador salía la melodía del más delicioso cuarteto de cuerda jamás escrito, la "Música nocturna para las calles de Madrid" de Boccherini. Nos sentamos cada uno frente a su pantalla y comenzamos a preparar lo que nos acababa de pedir nuestro jefe de área. Tras unos momentos, rompí el silencio.
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"Lo sé... desde el primer momento lo supe".
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Esta mañana era otra información la que nos debía mantener ocupados fuera de la redacción, pero el destino tiene sus propios planes para nosotros, pobres mortales, y terminamos asistiendo al parto de una jóven suramericana en mitad de la calle. Le decíamos al unísono que empujara, el bebé casi salía sólo pero necesitaba un poco de ayuda extra. La cabeza estaba prácticamente fuera y solo un empujón final bastaba para concluir el trance. Contemplar desde tan corta distancia la llegada a este mundo de un ser humano era algo para lo que quizá no estábamos preparados ninguno de los dos. O ninguno de los cuatro. Mientras el Policía Municipal que finalmente se personó en el lugar de los hechos buscaba por sus bolsillos algo para cortar el cordón umbilical y hacer un torniquete (finalmente me entendió cuando le señalé la pinza de su corbata), dejé a la niña (era niña) sobre el vientre de la madre, que sudorosa y llorosa miraba a su hija como nadie la miraría jamás.
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Yo tenía las manos manchadas de sangre y llenas de vida nueva. Ella, mi compañera de tantos años, mi imposible amor secreto a voces, me las cogió, me las apretaba, le temblaban sus manos y buscaba en las mías un asidero firme que yo también precisaba. Lloraba y en sus ojos vi una alegría que no conocía. Tantos años desentrañando sus más mínimos gestos y siempre me guardaba una sopresa como esta. Me besó y en sus labios había sentimientos guardados durante más de diez años. Todos esos años pensé que ya había agotado mis lágrimas por ella pero aún me quedaban unas cuantas que aproveché para dejar salir por considerar apropiada la circunstancia y oportuno el momento.
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Anoche soñé que hoy soñaría con ese beso, y que no sería un sueño, sino un recuerdo.